Saturday, June 03, 2006

EL TAXISTA

Había bajado las escaleras de su oficina corriendo de dos en dos los peldaños, después de la llamada recibida. En la calle, la gente pululaba, era la hora de más alto tráfico, por lo que tomar el taxi le demoró más de quince minutos. Una vez en el, le solicitó al chofer que lo llevase a la plaza de San Enrique, casi en las afueras de Santiago, o al menos a varios kilómetros hacia el oriente, casi al pie de la majestuosa cordillera. Mientras el taxista lo observaba por el espejo retrovisor, notó que el hombre, buscaba desesperadamente algo en cada uno de sus bolsillos, tanto de la chaqueta como del pantalón. Esto no dejó de hacerlo casi hasta la dirección indicada, cuando en una luz roja, sin mediar palabra alguna y sin previo aviso el hombre, salió corriendo del vehículo detenido y atravezó la avenida en sentido contrario, perdiéndose entre medio de los autos que ha esa hora salían desde el Líder.
Patricio no entendió nada. Su carrera de más de siete mil pesos se había visto casi imaginada. Una parte para bencina, otra para la vieja, otra para amortiguar gastos del auto. Así de ordenado era. Y cada vez que tomaba un pasajero, cada vez hacía la misma operación, casi como un ritual. Ah! Las monedas que no ocupaba para vuelto las depositaba en una caja de zapatos forrada en un género acolchado y esas solamente eran usadas para vacacionar.
Una vez que pudo, se fue cambiando de carril hasta llegar al más cercano a la vereda. Ahí en una esquina, un grupo de personas rodeaban a alguien caído en el suelo. Al doblar pudo reconocer la ropa, era la del hombre que había trasladado desde Providencia, aquel que en la luz roja se había bajado en forma rauda y misteriosa. Quiso estacionar, pero la fila de auto, y el anuncio de “no detenerse ni estacionar en toda la cuadra” no se lo permitieron. Cuando por fin pudo hacerlo, corrió a pesar de sus casi setenta y cinco años, lo más rápido que su organismo le permitía, pero las casi tres cuadras que le separaban eran una distancia bastante mayor, para ya su cansado corazón.
Logró llegar, el hombre había sido trasladado en una ambulancia de un consultorio cercano, que había sido llamada por un transeúnte a través de su celular. Las dos mujeres que permanecían ahí copuchando lo acontecido, le dieron un poco más de información.
Había alcanzado a nombrar varias veces un nombre, pero las mujeres entre el ruido de la avenida y la sordera propia de la edad, no lo habían podido retener. En eso se había silenciado, solo su pierna izquierda, producía pequeños estertores, signos únicos de vida, aparentemente.
El hombre, pensó que debió ser llevado al consultorio más cercano y en una rápida carrera, en pocos minutos llegó.
Al mirar atrás, vio que el respaldo del asiento estaba con una tremenda mancha de un líquido rojizo, parecido a sangre. Aterrado lo toco como buscando verificar, pero ya era tarde; los dos carabineros de guardia estaban indagando el motivo de tan sospechosa mancha, más aún cuando el hombre había sido trasladado a un centro mayor por la gravedad.
Patricio se vio entonces envuelto en algo que jamás pensó. Su hermano gemelo acudió a la comisaría después de un llamado recibido y una vez que le habían leído la “cartilla” de sus derechos, entre los cuales estaba avisarle a un familiar.
Patricio le imploró el cambio de rol a su hermano, necesitaba medio día solamente, medio día que cambiaría su vida.
Salió con la vestimenta de Miguel, y tomó el primer bus que pasó, después de caminar cerca de una cuadra mirando constantemente hacia atrás, sin convérsense aún que había logrado burlar con el parecido de su gemelo a los policías. Era primera vez que sentía que Miguel le era útil en algo.
Llegó a la Posta del Salvador, en pleno centro de la ciudad preguntando por el hombre, que suponía que tenía una herida en su espalda, y que vestía un traje azul, de rasgos delicados y socialmente acomodado. Después de múltiples esperas y trasmites, descubrió que entró como NN, ya que no portaba documentación alguna y esperando en un pasillo, recostado en una sucia camilla para que lo atendieran, en un momento de descuido, se fugó.
Patricio deprimido, le pidió a un colega que esperaba pasajero, que lo llevase a Providencia a la altura de donde aquel hombre lo había contratado para ser llevado a la plaza de San Enrique. Caminó cerca de tres horas, preguntando e investigando. Las pistas lo derivaban de un lugar a otro, hasta al fin el dueño de un carro de frutas, le contó que trabajaba hacía más de quince años en el edificio del frente, y que era su casero habitual, en la época de las brevas.
Debió esperar otra medio hora más hasta encontrar al conserje quién estaba haciendo aseo en el piso superior.
- ¡Ah! El asesor, si trabaja en la oficina 602
- ¿Tiene llaves para entrar y buscar algún antecedente que nos permita avisarle a un familiar de lo ocurrido?
- No, era muy introvertido, pero a su vez muy amable de modo, y aparte del saludo de buenos días y hasta luego, nunca le escuché otra frase.
- ¿Y el administrador podrá tenerla?
- No, era propietario, y algo desconfiado
Efectivamente, en la oficina 602, había un letrero que solo mencionaba “Asesor”.
Patricio se percató que la puerta estaba casi cerrada, pero un suave empujón la abrió de par en par. La sorpresa fue mayúscula. No había nada en los tres ambientes que la componían, ni siquiera un teléfono, ni un soquete para una ampolleta, ni rastros de haber bajado un hombre las esclareas de dos en dos, hacía solo un par de horas atrás.
Buscó al conserje y este petrificado le contó que ha esa oficina entraba un sin número de gente,
que lo había visto salir corriendo cerca de las diez de la mañana de ese día, que no ha existido mudanza alguna en los últimos siete meses, cuando se incorporó al piso noveno la empresa Investiment and Rope CO.
Olvidándose de Miguel, partió a su casa. La llegada sin su taxi, y sin dinero despertó la sospecha de su mujer que algo extraño había pasado. Pensó en un asalto, pero al verlo vivo, no quiso hacer preguntas. ¿Para que si al menos lo tenia?
Cabizbajo, y sin hambre, decidió acostarse. Su pijama listado de franela, y el chaleco tejido por la vieja, apaciguaron los fríos internos producto más del día vivido que del propio clima. Mientras María terminaba de recoger la meza y se disponía a acostarse, sonó la puerta suavemente. Pensó que era su hija que vivía en la media agua de atrás y que venía a conversar. ¡Patricio! Grito y cayó desmayada.
Corriendo Patricio apareció. Quedó perplejo al ver a su mujer en el suelo, y con ademanes de silencio y como disculpándose el hombre, se encontraba frente a él.
Al cabo del un tiempo en que la mujer volvió en si, el hombre sin aceptar sentarse, ni un café, y parado siempre de frente, como escondiendo su espalda, solicitó que lo enterrara en su mausoleo familiar.
El trámite se llevó a efecto el 31 de julio, después que el cementerio había cerrado sus puertas, y Patricio sin preguntar nada realizó tan difícil y macabra misión. …
A las ocho de la mañana del día siguiente, acudió a la comisaría a cambiarse con su hermano, este había sido trasladado al juzgado, y de ahí engrillado a la cárcel. El proceso continua, el taxi retenido, Patricio sin trabajo; solo sus ahorros para vacacionar le han permitido seguir viviendo.
Ah!!!! El otro gemelo?

Pasó un tiempo y una vez que llegaron los resultados de los exámenes realizados al respaldo del asiento del taxi, que arrojaron lo siguiente:
“Tejido líquido formado por glóbulos rojos y blancos, no existiendo plaquetas ni plasma.”, y no habiendo cuerpo del delito, dejó la prisión para encontrarse con su hermano, el cual por primera vez le había servido para algo.

1 Comments:

Blogger ICP said...

está muy entretenida la historia...vas a escribir cuentos cortos o vas a continuar una hiostoria...especie de serie!!!

6:53 PM  

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