Saturday, June 24, 2006

LA OFICINA

La oficina estaba al tanto de la operación que ella estaba llevando a cabo para comprar su primera casa. Aún más; le había ofrecido su jefe ser aval en caso que el banco se lo exigiera. Llevaba treintas dos años trabajando, desde que don José Manuel había fundado el estudio y su lealtad y eficiencia debían ser recompensadas.

María soñaba con su jardín rodeado de margaritas, y en el fondo del patio un limonero.
Jamás plantaría un jazmín, pensó y no era para menos. Le traía a la memoria la muerte de su abuela, donde toda la casa se había impregnado de un pastoso olor, que tiempo después lo asoció a las únicas flores durante el velatorio y funeral.

Don José Manuel, asistía a la oficina solo en las mañanas. Su edad, y posición socio-económica se lo permitía. En las tardes, tres veces por semana, asistía al club de Golf a jugar al menos ocho hoyos. Su médico se lo había aconsejado Era un deporte que lo distensionaba, y lo mantenía activo, lo que era beneficioso para detener la artrosis de las rodillas y que tanto dolor le provocaban. María era quién pedía la cancha, se encargaba se pagar las cuentas y cuotas, de tenerle el auto listo y el chofer a tiempo, y sin embrago, en las noches, cuando ella se desvelaba se imaginaba como era y como se jugaba en una cancha de golf. Había visto en más de una oportunidad los palos, y no entendía que don José Manuel no ocupara solo uno, sino que llevara tremenda mochila al hombro años atrás y ahora, Benito, un chico, hijo del profesor de tenis del club, le llevara el carrito.
Aún más, incluso, había importado un juego completo y había decidido por el, traerle uno de calidad inferior a su hijo, también José Manuel, e igual de listo que su padre.

- María tomaste la cancha para mañana?
- Si, don José Manuel
- Te confirmó Ramiro su asistencia?
- No don Ramiro esta en Argentina
- Tienes razón. Cada día se me están olvidando más las cosas. Debe ser la vejez
- No don José Manuel, fíjese como está para su edad, no tiene guata, una agilidad que un chiquillo se la quisiera, un apetito voraz y
No la dejó terminar. La había escuchado durante treinta dos años decirle todo lo que él en algún momento quería escuchar, o lo que ella creía que él quería escuchar.
- Ya mujer, no cacareas tanto y dime quién va entonces
- Don Luis Alfredo hijo.
- Recuérdame mañana de firmar la carta de patrocinio.
- Hasta luego don José Manuel y que tenga una buena tarde.

Observó que el ascensor descendiera y corrió a tomar su cartera, metiendo un sobre pequeño que estaba en su primer cajón del escritorio. No era su hora de almuerzo, pero aprovecho el poco trabajo para escaparse hacer su última diligencia. Ver si el crédito hipotecario le había sido aprobado. No estaba de ánimo esperar la carta certificada. En el trayecto se cruzó con Rafael, el junior de la oficina, y quién la molestaba con su soltería.
Ella guardaba silencia. Nunca le había contestado nada, solo se sonreía y bajaba la mirada, generalmente continuaba tipiando en el computador. Pero esta vez, Rafael se salió de pista, y de una vereda a la otra le grito:
- María la soltería te ha puesto con la cara partía
Que le pasará a este muchacho pensó, tan irreverente y don José Manuel cree que es tan educado.
Una vez en el banco, la ejecutiva del crédito le informó que faltaba el último papel; Un certificado de matrimonio
- No, soy soltera
- Entonces una declaración jurada ante notario
- Señorita, como no lo pidieron antes, llevó seis meses en esto y ahora me salen con el certificado
- Esto lo piden siempre, ve que si es casada y mañana se muere hay que saber quién hereda y todo ese lío
- No si yo no estoy en contra, solo el tiempo que me han hecho perder. Pero mañana se lo traiga, ya que ahora no alcanzo.

Pasó de inmediato a la notaria de Valdés, y retiró el número, era su día de suerte, el próximo número le tocaba a ella. La pizarra luminosa le mostró su número y el cubículo seis la atenderían.

Pasó su célula de identidad y solicitó el certificado. En menos de diez minutos lo tenía en sus manos y cuatro mil quinientos pesos menos en su cartera. Que buen oficio, comentó en voz baja. Lo suficientemente fuerte para que el señor de al lado le consintiera con un meneo de cabeza.

Cuando volvió a la oficina, aún no eran las tres. Aprovecho de revisar su mail y aterrada nuevamente encontró el diabólico mensaje. Apagó el computador como buscando que se borrase, pero solo consiguió borrar la carta de patrocinio que no había guardado con el apuro.

Por primera vez se sintió débil en su trabajo. Por primera vez recordó lo que tanto daño le
había causado.

Recordó su infancia, su vida con su abuela, su madre y su tía, y en ese mismo orden era la autoridad. La abuela la dura, la formadora, la exigente, la que nada le permitía y la que gracias a ella sentía que había llegado a ser alguien en la vida. La madre, la de la locura, la de la imaginación desbordante, la del cutis de porcelana, y del hablar atropellado y la tía, latía era la fea de este matriarcado, pera era la de los afectos, la que siempre estaba a punto de contarle algo que jamás le había contado y ahora ya era tarde para eso.
Recordó sus juegos en las escaleras de su bloc. Claro todas trabajaban para ella, y cada una le exigía de acuerdo a sus expectativas. En algún momento había sido la “rica del bloc”, la que tenía el uniforme completo y los pecosbiles más afranelados. La única que tenía botas para la lluvia, claro de goma negras y de una hija de la patrona de su tía, pero en definitiva botas al fin a acabo.

Esperó que todos terminaran su día laboral y volvió a ingresar a su computador. Nuevamente el mensaje apareció. El frió y la transpiración de sus manos se hizo presente. Había decidido investigar de donde provenía tal cantidad de mensaje.

Como quién se prepara para ver su mejor película, María fue en busca de un vaso de agua, recordó que don José Manuel hijo acostumbraba a tomar un tranquilizante cada vez que debía defender un caso en la corte de apelaciones, y por primera vez, abrió el cajón del escritorio, buscó entre los papeles y encontró una cajita de “Tricalma”, sacó uno, revisó que todas las puertas estuviesen bien cerradas, se fijó en la alarma y se sentó frente a su escritorio.

Sintió su corazón latir con tanta fuerza como cuando… La alarma de una ambulancia la hizo volver en si, y ajustando el cuello de la chaqueta, tomo el ascensor y bajo las escaleras del metro poco antes de las ocho de la noche.

En el trayecto a casa, no pudo dejar de pensar en el misterio que rodeaba todo lo que ella conocía como familia. Nunca un hombre, ni abuelo, ni tío , ni padre, ni hermano, y cada vez que intentaba preguntar, su madre era sacada de la habitación, su tía casi decía lo que no decía y su abuela la llamaba al deber ser o hacer. Se pasó una estación. La noche estaba cálida, el viento de lluvia mecía las ramas de los viejos robles de la a venida Arcaya, y taconeando en el cemento se perdió hasta entrar en la penúltima puerta del cité.

Miércoles, le tocaba la blusa beige, dejó la ropa en la sillita de la esquina y sin ver ni las noticias se durmió placidamente.

Nunca había despertado a las siete. Asustada saltó de la cama y corriendo sin desayunar caminó las tres cuadras que la separaban de la estación del metro. A las nueve cinco apareció. Don José Manuel ya había solicitado su clásico te puro. La vio entrar colorada, casi jadeando, solicito la carta de patrocinio y con voz temblorosa le respondió que de inmediato.

Al entrar a la oficina, se sentó frente a su jefe, estaba decidida a contarle, pero era la hora en que Rafael, debía salir hacer el recorrido y preguntaba si debía ir al banco. Don José Manuel se enredó en la mañana y María se tranquilizó un poco.

A media mañana, cuando el café se había enfriado en su escritorio y don José Manuel la llamaba insistentemente, su hijo don José Manuel la encontró, recostada en su escritorio, con las manos sobre las teclas del computador, y en la pantalla muchas eses y rayas se marcaban y un hilo de sangre le salía de entremedio de sus dos dientes superiores delanteros.
Hoy, su epitafio reza.”Así como llegó se fue”

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